De la apropiación a la construcción del objeto
Por Emilio Castro
El carácter objetual de la producción artística de Angel Ricardo Ríos y su decidida vocación arquitectónica y de diseño parecen ser constantes de toda su obra. Si en un principio la manipulación del objeto se inspiraba en el ready-made, ahora Ricardo se aproxima más al objeto utilitario posible sin que por ello se pierda el elemento “artístico”. Por el contrario, sus piezas son ejercicios magníficos que proponen otra visión del “objeto esculturado”1.
La noción de la pintura como práctica autónoma, independiente de la semejanza con las formas de la naturaleza, maduró con el cubismo: el cuadro cubista era, por tanto, un objeto que se representaba a sí mismo. La relación entre el objeto y su representación sufrió un impacto dramático con la aparición del collage, el cual consentía la selección de elementos de la realidad inmediata y su inserción en el contexto de la pintura. Pero el ready-made evidenció la crisis radical de la representación sin que por ello significara en modo alguno la renuncia a establecer una relación con la realidad; más bien se proponía replantear dicha relación.
La primera parte de la obra de Ricardo está íntimamente vinculada con la acción de volver a contextualizar el objeto, con el gesto a través del cual Duchamp escogía el objeto y le otorgaba carácter artístico. Esta primera producción tenía además una conciencia espacial que es propia de la arquitectura. Los objetos que componían la obra se organizaban de manera tal que la efectividad del discurso dependía no solo del vínculo entre las partes componentes, sino de la relación entre éstas y su contenedor arquitectónico, el cual pasaba a ser un componente activo de la propuesta artística.
Ahora sus últimas obras, que han viajado desde la cartulina hasta la realidad tridimensional y que han estado primero vinculadas a ciertas expresiones del kitsch, se hacen más sofisticadas y tienden cada vez más al objeto arquitectónico. Esto no ocurre solo en un sentido puramente formal e imitativo. Sus piezas tienen una lógica compositiva que remite a los viejos tiempos en que los muebles eran construidos a semejanza de la arquitectura. Quizá de aquí proviene la universalidad de su propuesta.
Le Corbusier definía la arquitectura como “el juego sabio, correcto y magnífico de los volúmenes combinados bajo la luz”. Cuando Ricardo acude a formas volumétricas simples, prismas, cilindros y pirámides, no hace sino experimentar con un presupuesto casi axiomático del movimiento arquitectónico moderno. Y cuando con su pieza Rossi rinde homenaje a otro de los más importantes arquitectos del siglo XX, parece reconocer una vez más, en la sintaxis de elementos constitutivos simples, la fuerza expresiva extraordinaria que tienen las tipologías primarias de la arquitectura. Al colocar el Teatro del Mundo sobre las aguas de Venecia, Aldo Rossi subvertía la relación tradicional entre el objeto arquitectónico y la ciudad, su contexto inmediato. Las últimas obras tridimensionales de Ricardo no son solo hechos artísticos aislados, sino un sistema de objeto-esculturas que establecen una particular forma de relación entre sí, con el espectador-usuario y con su contexto inmediato. El hecho de estar en el arriesgado límite entre lo “artístico” y lo utilitario, entre lo ficticio y lo real, potencia todas estas relaciones.
Tanto en dichos objetos como en sus telas, resulta interesante la casi absoluta ausencia de escala, la carencia de patrones de referencia dimensionales, lo cual le otorga una cierta cualidad metafísica a sus obras. Las gavetas, las construcciones de techos inclinados o los basamentos de columnas clásicas, en su relación con las formas mullidas tapizadas, pierden cualquier relación métrica con los modelos de la realidad. En cuanto a la subversión de las escalas dimensionales, el artista búlgaro-americano Christo produjo un extrañamiento inédito cuando empaquetó el Reichstag en Berlín o el Pont Neuf de París; la prensa calificaba al primero de cascada o de glaciar imponente. Aunque sus plataformas conceptuales y los alcances de las obras respectivas difieren, más allá del uso común de la tela, ambas obras tienen un punto de contacto en el trastornamiento de las relaciones escalares convencionales, lo cual las hace indudablemente lúdicas y fantásticas
La producción de Angel Ricardo Ríos posibilita una multiplicidad de lecturas paralelas. Cada una de las piezas tiene la ambigua capacidad de reafirmarse como objeto utilitario y a la vez transmitir significados puramente “artísticos”. En casos como éste, los límites de los géneros se diluyen y la pintura, el diseño, la arquitectura, la gráfica y la escultura forman una causa común, la cual es precursora de nuevas experiencias, más allá de estos “muebles”, de los asientos de Tom Dixon, de las lámparas de Ingo Maurer…
Emilio Castro
1 El Objeto Esculturado fue el título de las palabras que los artistas cubanos Félix Suazo y Alexis Somoza escribieron para el catálogo de la exposición que con el mismo nombre se efectuó en la galería del Centro de Desarrollo de las Artes Visuales de La Habana entre mayo y julio de 1990. Ricardo presentó allí la instalación El Muro, una agrupación regular de pantallas de televisión que transmitían simultánea e interminablemente una misma imagen del mar visto desde la costa; la pieza tenía 400×500 cm.